Si hay una maldición que persigue a todas las empresas por igual es la pérdida gradual de capacidad innovadora según se hacen más grandes: aunque en el corto plazo no podemos apreciarla, si comparamos la situación con la de algunos años atrás resulta patente… y es que parece existir algún tipo de regla matemática que hace que la capacidad innovadora de una compañía sea inversamente proporcional a la fase de crecimiento en la que está, lo que pone en peligro el futuro.
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¿Tenemos la estrategia de I+D que más nos conviene?
Creo que no cabe duda que la innovación está de moda, y que si una empresa no menciona entre sus cualidades su compromiso con la “i” no resulta cool… pero en este afán de innovar muchas compañías comienzan a abordar proyectos de I+D+i de forma poco reflexiva, construyendo un portfolio de proyectos que a la larga no les conviene, pudiendo incluso llegar a ser perjudicial.
Para ello, nada como un poco de sano escepticismo, autocrítica y grandes dosis de sensatez. El diseño del portfolio de proyectos de I+D (que generarán el conocimiento que luego transformaremos en dinero, tal como veíamos aquí), debe ser condicionado por la estrategia de innovación de la compañía, y encontrarse balanceado en múltiples aspectos (desde el foco de los proyectos hasta el time-to-market).
Desde mi punto de vista, el portfolio de proyectos de I+D es el instrumento práctico con el que recorrer el camino (gap) desde el momento actual de la organización hasta el punto que quiere alcanzar. Para mí éste es realmente uno de los puntos críticos, y la mejor forma de identificar ese punto es creando la curva de valor objetivo de la empresa (concepto que popularizaron W.Chan Kim y Reneé Mauborgne en el estupendo libro “La estrategia del océano azul", absolutamente recomendado)…